IMPRESIONES SOBRE LA TERAPIA

Casi toda la semana me la llevo esperando el día de la terapia. Quiero creer que para todos, igual que para mí, es un oasis que se sobrepone sobre los espejismos. Allí el tiempo se detiene para nosotros, nos regala ese silencio confortable que siempre estamos rastreando, pero sin añagazas, sin huídas. Si abrimos la ventana sólo los pájaros parecen acompañarnos, como viejos amigos que nos conocen y esperan el final de la sesión, satisfechos y sin prisa. Y allí, en una sala donde se veda el paso a la falsedad, está Lina, cuyos gestos contagian transparentes tanta paz y amor y confianza. Tenemos el consuelo de nuestras aflicciones, y tenemos la voz que nos propone acción bajo la forma de un sano y divertido pasatiempo. Somos los adultos que han enterrado las llagas de la vida bajo una máscara que nos protege del ruido sin satisfacernos. Somos los huéspedes del error, y con él convivimos por la mísera renta de un dolor innecesario. Y allá en nuestro oasis hacemos por reconocernos, por acercarnos, por practicar la emoción que se perdió una vez en un rincón de la existencia oculto, en aquellos horizontes que tantas, tantas veces desechamos, ocasiones que se perdieron, trenes que pasaron dejándonos tan sólo el ominoso lastre de la culpa. Y al final -qué corto se hace el tiempo que te regalan- uno termina reconfortado y alegre de que su espíritu, después de todo, aún tenga una esperanza cierta de demostrarse cuánto amor en realidad le sobra, y lo hermosa que es la vida más allá de la burbuja que levantamos: la vida con el vecino, el amigo y la madre, con el árbol y el pájaro. La vida con su equipaje de pequeñas alegrías y tristezas.